Un poco de Historia... y un poco de todo
   
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  España sin pulso
 
 
F. Silvela. España sin pulso (1898)

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España sin pulso

 Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarán, sin duda, el mal; discutirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de España: donde quiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso (...)

     Monárquicos, republicanos, conservadores, liberales, todos los que tengan algún interés en que este cuerpo nacional viva, es fuerza se alarmen y preocu­pen con tal suceso [...].

La guerra con los ingratos hijos de Cuba no movió una sola fibra del sen­timiento popular. Hablaban con elocuencia los oradores en las Cámaras de sacrificar la última peseta .y derramar la postrer gota de sangre... de los de­más; obsequiaban los Ayuntamientos a los soldados, que saludaban y marcha­ban sumisos  trayendo a la memoria el Ave César de los gladiadores roma­nos; sonaba la marcha de Cádiz; aplaudía la Prensa , y el país. inerte, dejaba hacer (...)

Se descubre más tarde nuestro verdadero enemigo: lanza un reto brutal; vamos a la guerra extranjera: se acumulan en pocos días, en breves horas; las excitaciones más vivas de la esperanza, de la ilusión, de la victoria, de las decepciones crueles, de los desencantos más amargos [..].

        Se hace la paz, la razón la aconseja, los hombres de  sereno juicio no la discuten; pero ella significa nuestro vencimiento, la expulsión de nuestra ban­dera de las tierras que descubrimos y conquistamos [...]. Todos esperaban o temían un estremecimiento de la conciencia popular: sólo se advierte una nube general de silenciosa tristeza que presta como un fondo gris al cuadro , pero sin alterar vidas pero, ni costumbres, ni diversiones, ni sumisión al  que, sin saber por qué ni para que, le toque ocupar el Gobierno (...)

        Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los organismos de la vida nacional sobre los cimientos, modestos, pero firmes, que nuestros medios nos consienten, no sobre las formas huecas de un convencionalismo que, como a nadie engaña, a todos desalienta y burla.

       No hay que fingir arsenales y astilleros donde sólo hay edificios y plantillas de personal que nada guardan y nada construyen: no hay que suponer escuadras que no maniobran ni disparan, ni citar como ejércitos las meras agregaciones de mozos sorteables ni empeñarse con conservar más de lo que podamos administrar sin ficciones desastrosas, ni prodigar recompensas para que se deduzcan de ellas heroísmos, y hay que levantar a toda costa, y sin pararse en amarguras y sacrificios y riesgos de parciales disgustos y rebeldías, el concepto moral de los gobiernos centrales, porque si esa dignificación no se logra, la descomposición del cuerpo nacional es segura.

       El efecto inevitable del menosprecio de un país respecto de su Poder central es el mismo que en todos los cuerpos vivos produce la anemia y la decadencia de la fuerza cerebral: primero, la atonía, y después, la disgregación y la muerte. Las `enfermedades´ dice el vulgo, que entran por arrobas y salen por adarmes, y esta popular expresión es harto más visible y clara en los males públicos.

 (…) Si pronto no se cambia radicalmente de rumbo, el ries­go es infinitamente mayor, por lo mismo que es más hondo, y de remedio imposible, si se acude tarde; el riesgo es el total quebranto de los vínculos nacionales y la condenación, por nosotros mismos, de nuestro des­tino como pueblo europeo y tras de la propia condena­ción, claro es que no se hará esperar quien en su prove­cho y en nuestro daño la ejecute.

(FRANCISCO SILVELA, “España sin pulso», publicado en el diario madrileño “El Tiempo”. 16 de agosto, 1898)

 

 
 
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