Un poco de Historia... y un poco de todo
   
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  La revolución española vista por una republicana
 

La revolución española vista por una republicana

Clara Campoamor

Ediciones Espuela de Plata, 2007, Sevilla

ISBN: 9788496133877


 

 

Si hay alguien libre de toda sospecha para analizar y emitir juicios sobre la II República y las causas de la Guerra Civil española es Clara Campoamor.  Afiliada al Partido Radical, en cuya representación formó parte de la candidatura republicano-socialista, fue elegida diputada por Madrid para las Cortes Constituyentes de 1931. Durante la II República fue la campeona del feminismo y consiguió, contra la opinión de su propio partido y de la socialista Victoria Kent, que las Cortes Constituyentes de la II República aprobaran el sufragio femenino. Fue delegada de España ante la Sociedad de Naciones y fundó la Unión Republicana Feminista para trabajar por el voto femenino.

La primavera y el verano de 1936 sorprendieron a Clara en el Madrid republicano, en el que asistió a los comienzos de la Revolución y luego al estallido de la Guerra Civil, del que esta obra –escrita en 1937 en París- es uno de los primeros análisis. Campoamor tuvo que huir de la zona republicana en el otoño de 1936, y se instaló en Suiza, donde murió en 1972, tras intentar en varias ocasiones afincarse en España.

 

 
<<Sin hablar de la grave situación creada en Madrid por las huelgas ya mencionadas, el gobierno se mostraba cada día menos capaz de mantener el orden público. En el campo se multiplicaron los ataques de elementos revolucionarios contra la derecha, los agrarios y los radicales, y en general contra toda la patronal.
Se ocuparon tierras, se propinaron palizas a los enemigos, se atacó a todos los adversarios, tildándolos de <<fascistas>>. Iglesias y edificios públicos eran incendiados, en las carreteras del Sur eran detenidos los coches, como en los tiempos del bandolerismo, y se exigía de los ocupantes una contribución en beneficio del Socorro Rojo Internacional.
Con pueriles pretextos se organizaron matanzas de personas pertenecientes a la derecha.  Así, el 5 de mayo se hizo correr el rumor de que señoras católicas y sacerdotes hacían morir niños distribuyéndoles caramelos envenenados. Un ataque de locura colectiva se apoderó de los barrios populares y se incendiaron iglesias, se mataron sacerdotes y hasta vendedoras de caramelos en las calles. En el barrio de Cuatro Caminos fue horriblemente asesinada una joven francesa, profesora de una escuela.
Estos hechos fueron denunciados en el Parlamento, y he aquí la lista de actos violentos, tal y como se imprimió en el
Diario de Sesiones sin que el Gobierno los negara:
Hechos acaecidos en plena paz y bajo el ojo indiferente de la policía, entre el 16 de febrero y el 7 de mayo de 1936, es decir, a los tres meses del gobierno del Frente Popular:
- Saqueo de establecimientos públicos o privados, domicilios particulares o iglesias: 178.
- Incendios de monumentos públicos, establecimientos públicos o privados e iglesias: 178.
- Atentados diversos contra personas de los cuales 74 seguidos de muerte: 712.

He aquí la situación en la que se encontraba España tres meses después del triunfo del Frente Popular. (...)
En cuanto a los partidos de derecha, un exceso de prudencia les llevó a silenciar a sus propios diputados. Sin embargo el Sr. Calvo Sotelo denunció esos hechos ante las Cortes en un famoso discurso. Aquel acto le costaría la vida. >>



<<Han demostrado desde 1931 una incapacidad política que ha desbordado todas las previsiones. Al final no vieron el abismo hacia el que empujaban el país decidiendo a la ligera sostener una lucha durante la cual habría de entregarse armas al pueblo.
Han sido incapaces de medir las terribles consecuencias de ese gesto irreflexivo y cuando han empezado a mostrarse, desde el día siguiente, les ha faltado valor para reconocer sus errores y sacrificar su orgullo ante los supremos intereses del país. Han perseverado en el error, animados por ese talante rencoroso que les empujaba a destruir el enemigo aún al precio del aniquilamiento de la nación.
Hay entre nosotros un dicho, símbolo del resentimiento ciego e insatisfecho que dice: <<Quedarse ciego con tal de que otro se quede tuerto>>. He aquí toda la política del Frente Popular en la lucha armada que, sin ningún éxito apreciable, lleva sin interrupción desde hace meses.
(...)
Nos preguntamos con angustia lo que el pueblo español, herido y arruinado por la sacudida, conseguirá salvar de los escombros del amado templo, donde a pesar de todo habrá que seguir viviendo. >>

(París, noviembre 1936)


 

<<En el momento de la revuelta asturiana, en octubre de1934, la actitud revanchista de los anarcosindicalistas facilitó la represión que el gobierno ejercitó contra socialistas y comunistas. En Madrid, cuando se preparó la sublevación, no se quiso recurrir a las fuerzas anarquistas. Los socialistas y los comunistas los temían y se creían lo bastante fuertes como para vencer solos, con el apoyo -confeso en Cataluña y disimulado en otros sitios- de los republicanos de izquierda.
(...)
A pesar de ello los anarcosindicalistas que han buscado siembre dominar a los marxistas, han realizado un doble juego, gracias a sus dos grupos, los sindicalistas y los anarquistas. (...) Ese doble juego les permitió a la vez triunfar junto al Frente Popular y continuar combatiendo ese mismo Frente actuando en las masas obreras las cuales, justo después del triunfo, sembraron la anarquía, incendiando, saqueando, cometiendo atentados, desencadenando una huelga tras otra (...)>>




<<España está hoy entregada al furor y los excesos de dos locuras. Sin embargo es indiscutible, no sólo para nosotros sino para cualquiera que conozca España que todos esos excesos no pueden ser admitidos alegremente por los dirigentes, en uno y otro campo. Sin embargo, a pesar de que los cometan una minoría de feroces energúmenos que, tanto de un lado como del otro, imponen sus instintos criminales, es cierto que son los dirigentes de las dos fuerzas combatientes quienes fatalmente habrán de asumir su responsabilidad.
Esos excesos, por otra parte, han asustado a mucha gente que ha vuelto la espalda a unos y otros cuando han comprobado las violencias cometidas. Así, una gran parte del pueblo español permanece espiritual y materialmente, en la medida de lo posible, fuera de la lucha. Por mucho que se oigan proclamar los principios de democracia y de libertad en un bando y de redención y de liberación de España en el otro, muchísimos españoles se preguntan qué garantías presenta un porvenir organizado por personas que si no aprueban esas violencias -nos negamos a creerlo- las ven sin embargo con indiferencia.
Otra consecuencia de ese fanatismo es que la victoria total, completa, aplastante de un bando sobre el otro, cargará al vencedor con la responsabilidad de todos los errores cometidos y proporcionará al vencido la base de su futura propaganda, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Precisamente ese hecho, la crueldad manifestada hacia el adversario, viene siendo en España, desde hace varios años, la causa de las sorpresas políticas más extrañas y más contradictorias, al aprovechar la oposición en su beneficio las violencias de las que fue víctima por parte de los que momentáneamente se hallaban en el poder.
En cuanto a creer que alguno de los bandos pudiera, con su victoria, aniquilar el otro totalmente, supone desconocer (además del carácter individualista de los españoles) el hecho de que la lucha de dos políticas extremas desborda las fronteras de una nación cuando ésta, por la fuerza de los acontecimientos, se convierte en la amenaza de una ruptura del equilibrio internacional. Una victoria de ese género no significaría el final de la lucha.
Estas reflexiones nos llevan a la conclusión de que tanto desde el punto de vista nacional como desde el internacional, el triunfo total de uno de los dos bandos presentes, plasmado en la ulterior política del país, no será jamás una garantía ni de paz interna ni de equilibrio mundial. El drama español necesita otro final, un final que -cualquiera que sea- garantice un apaciguamiento de los ánimos. >>

(Artículo publicado en La République el 20 de enero de 1937)

 


 
 
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