Ryszard kapuscinski
El Imperio
Editorial Anagrama, Barcelona, 1995
Rusia ha visto mucho a lo largo de sus mil años de historia.
Hay una sola cosa que Rusia no ha visto jamás en esos mil años:
La libertad. (Andréi Biela)
Ryszard kapuscinski -corresponsal polaco- nos ofrece un fascinante relato de recuerdos y exploraciones de la Unión Soviética absolutamente imprescindible. Kapuscinski realizó entre 1989 y 1991 un largo viaje por los vastos territorios de la Unión Soviética, cuando el imperio comunista presentaba ya signos de derrumbe. Allí habló con cientos de ciudadanos acerca de las extraordinarias experiencias que les había tocado vivir, y el terror del cual estaban saliendo.
La obra consta de tres partes. En la primera -Primeros encuentros- este libro comprende el relato de sus primeros contactos con la Unión Soviética, entre los años 1939 y 1967. A continuación -A vista de pájaro - describe la situación soviética entre 1989 y 1991, cuando el Imperio soviético se está desmoronando. Finalmente, en Suma y sigue (1991-1993), intenta responder a la pregunta ¿Qué queda hoy, en 1993, del viejo sistema, de la antigua URSS?, de aquel comunismo que prometía resolver los males mundiales del proletariado: una burocracia que domina la administración del Estado, dos ejércitos inmensos (unos cuantos millones de hombres) (…)
<<Queda toda una esfera de viejos hábitos mentales, de comportamientos sociales y de ideas oscurantistas que han sido inculcadas durante decenas de años.
(…) queda también otro legado del comunismo, grande y trágico, que no es sino la conciencia y el conocimiento de las víctimas del terror y de la represión, de las persecuciones que empezaron en 1917 y duraron decenas de años, cobrando, en diferentes épocas, el carácter de un exterminio masivo. (…)>>
<<Mi primer encuentro con el Imperio tiene lugar junto al puente que une la pequeña ciudad de Pinsk con el Sur del mundo. El mes de septiembre toca a su fin. La guerra campa por doquier. Arden las aldeas, la gente busca refugio de los ataques aéreos en los bosques y en las cunetas; donde puede, busca salvación. (…)
Multitudes presas del pánico huyen en medio de torbellinos de polvo. (…) La guerra nos ha sorprendido en el pueblo de mi tío, junto a Rejowiec, donde pasábamos las vacaciones. Así que ahora tenemos que regresar a casa. Tutti a casa!
Pero, cuando después de caminatas nos encontramos ya en las puertas de Pinsk, cuando ya se divisan los edificios de la ciudad, los árboles de nuestro hermoso parque y las torres de las iglesias, en el camino y junto al puente, de repente surgen ante nuestros ojos unos marineros. Empuñan largos fusiles con afiladas y punzantes bayonetas, y lucen estrellas rojas en sus gorras redondas. Han llegado hace varios días desde el lejano Mar Negro, han hundido nuestras fragatas, han matado a nuestros marinos y ahora nos impiden la entrada en nuestra ciudad.
(…) todo eso está allí, en aquel puente sobre el Pina, en aquel mundo en que entro cuando tengo siete años.
(…) los rusos sí estaban furiosos, porque nada más entrar en la ciudad, antes de tomarse un respiro, antes de pasearse por las calles para orientarse, antes de comer algo y de echar unas bocanadas de humo, habían colocado un cañón en la plaza, habían traído municiones y se habían puesto a disparar contra la iglesia.
(…) La desierta plaza la recorría un artillero borracho que gritaba: ¿Veis? ¡Tiramos a vuestro Dios! ¿Y él? Nada. ¡No dice ni pío! ¿Acaso tiene miedo? ¿Eh? Se reía, y acto seguido le daba un ataque de hipo.
(…)
La noche siguiente. Las ventanas y las puertas casi se derrumban bajo el ataque repetido de golpes violentos, como si un huracán las arrancara de cuajo. Da la impresión de que el techo se va a venir debajo de un momento a otro. Son varios, unos del Ejército Rojo y otros de paisano. Entran de una manera tan impetuosa y a tal velocidad que parece que los venga siguiendo una manada de lobos hambrientos. Desde el primer instante nos apuntan sus fusiles. Estamos muertos de miedo. ¿Y si disparan? ¿Y si matan a alguno? Es una sensación muy desagradable contemplar un hombre muerto. Como también lo es ver un caballo muerto. Se le eriza a uno la piel.>>
(…) Cuando se evadían criminales, persuadían a alguno de los presos políticos, ingenuos y desorientados, a que se uniera a ellos. De esta manera se protegían de la muerte por hambre que les acechaba. En un momento determinado mataban a la víctima y repartían entre sí el botín.
Cuando se producía una fuga, el NKVD difundía un comunicado dirigido a la población del lugar. Bastaba con entregar al poder la mano derecha del fugado, con el fin de comparar las huellas dactilares. Por cada muerto recibían un saco de harina. Hubo muchas víctimas fortuitas: murieron muchos cazadores, exploradores y geólogos.
Stalin ordenó construir una carretera que uniera Yakutsk con Macadán. Dos mil kilómetros atravesando la taiga y las nieves eternas. La habían empezado a construir simultáneamente desde ambos extremos. Venía el verano, el deshielo, las nieves eternas se fundían, la tierra se llenaba de agua, se convertía en un pantano, la carretera se hundía. Junto con ella se hundían los presos que trabajaban en su construcción. Stalin ordenaba volver a empezar. Pero el nuevo intento acababa igual. Así que repetía la orden de empezar otra vez. (…)>>
Interesante obra para recordar a los nuevos nostálgicos del comunismo los "logros" alcanzados en aquel paraíso por la revolución.