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  La nueva tiranía
 




La nueva tiranía. El sentido común frente al Mátrix progre

Juan Manuel de Prada

Ed. LibrosLibres, 3ª edición

Madrid, 2009



Juan Manuel de Prada, licenciado en Derecho y escritor, que se autodefine en esta obra como chestertoniano, se convierte en esta obra en faro y referencia para muchas personas que sufren la <<nueva tiranía>> bautizada en estas páginas como <<Mátrix progre>>: la dictadura de una ideología que, bajo el disfraz de la adoración del hombre, impulsa una concienzuda labor de ingeniería social, imponiendo paradigmas culturales y patrones de juicio ante los que, por corrección política o desistimiento acomodaticio, muy pocas veces se atreven a discrepar.

 

Adjuntamos a continuación el extracto de uno de sus primeros capítulos que confirma el interés de esta obra.



La nueva tiranía

 

<<(…) Las tiranías no constituyen una forma de gobierno específica, sino que se adaptan a la forma de gobierno impuesta por cada época: hace casi un siglo, las tiranías hallaron acomodo en las ideologías totalitarias que entonces triunfaban; hoy, tratan de colonizar la forma hegemónica de gobierno instaurada en Occidente tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, que no es otra que la democracia.

(…) Si perseveramos en el anacronismo de identificarla con el ascenso de un líder carismático y autoritario que monopoliza la maquinaria del poder, no conseguiremos dilucidar la verdadera naturaleza de la tiranía contemporánea. Mucho más eficaz en esta labor de desenmascaramiento resulta establecer cuál es el rasgo común de todas las tiranías que en el mundo han sido, el objetivo primordial y siempre repetido que las ha delatado. Dicho objetivo no es otro que la <<construcción>> de un <<hombre nuevo>>, una labor de ingeniería social consistente en uniformizar a los individuos, convirtiéndolos en una masa amorfa, indistinta y fácilmente moldeable. Para ello, la tiranía anula la naturaleza del individuo, la extirpa de aquellos elementos que juzga incompatibles con sus designios y, mediante una labor de adoctrinamiento cruenta o sibilina (dependiendo del grado de sofisticación de la tiranía en cuestión), la introduce en una trituradora ideológica de la que los individuos salen convertidos en lacayos más o menos mohínos o satisfechos, incluso (si la tiranía actúa con perspicacia) orgullosísimos de su condición de lacayos. Antaño estas trituradoras ideológicas adquirían rasgos pavorosos: campos de trabajo, burocracia policial, torturas, etcétera; por supuesto, las tiranías de hogaño han conseguido hacer mucho más presentables y asépticas sus trituradoras de almas, han logrado incluso que tales trituradoras resulten amables, simpáticas, encandiladoras, irresistibles.

Las tiranías siempre han mirado con suspicacia la dimensión intelectual y espiritual del hombre. Alguien que se sabe ser pensante y traspasado de trascendencia es más consciente de su vocación de libertad. Pero a la tiranía le interesa el hombre esclavizado: despojado de libertad (…) o, mejor todavía, el hombre que ha olvidado que la libertad es una posesión consustancial a su condición humana y que, en su lugar, la considera algo que graciosamente se le concede desde una instancia de poder. (…) En esta labor de mutilación humana, la tiranía emplea dos métodos muy eficazmente quirúrgicos: por un lado, la <<desvinculación>> del individuo, que lo torna mucho más vulnerable e inconsistente, al obligarlo a romper lazos con toda forma de tradición cultural que sirva para entender sus orígenes y su lugar en el mundo; por otro lado, su <<fisiologización>> salvaje, su conversión en un pedazo de aburrida carne que no tiene otro anhelo sino la satisfacción de unos cuantos apetitos y pulsiones, como un perro de Paulov.

Mediante la <<desvinculación>>, se trata de borrar del <<disco duro>> del individuo todo sentido de pertenencia, quebrando aquellos vínculos que le sirven para hacerse inteligible. Por supuesto, la primera víctima de este proceso desvinculador es la educación: todas aquellas disciplinas que nos proponen una explicación de nuestra genealogía intelectual y espiritual, proporcionándonos una explicación unitaria de las cosas, son expulsadas de los planes de enseñanza o condenadas a la irrelevancia. La historia, la filosofía, el latín y, en general, cualquier otra disciplina que postule una forma de conocimiento basado en la traditio (esto es, en la transmisión de saber de una generación a otra) son arrumbadas en el desván de los armatostes inservibles. Se transmite a los jóvenes la creencia absurda de que pueden erigirse en <<maestros de sí mismos>> y convertir sus impresiones más contingentes y caóticas en una nueva forma de conocimiento. Al privarlos de un criterio explicativo de la realidad, se les condena a zambullirse en la incertidumbre y la dispersión; carentes de un criterio que les permita comprender la realidad, se les condena a ceder ante el barullo contradictorio de impresiones que los bombardea, a dejarse arrastrar por la corriente precipitada de las modas, por la banalidad y la inercia.

La tiranía, sin embargo, presenta esta amputación bajo un disfraz de libertad plena. Sabe perfectamente que las personas a las que no se les proporciona un criterio para enjuiciar la realidad son personas mucho más manipulables; por ello se esfuerza en presentar esa <<desvinculación>> como un espejismo de libertad. La nueva tiranía le propone al individuo: <<Durante siglos estuviste sometido a códigos de conducta externos, dictados desde instancias represoras; nosotros hemos abolido esas instancias, para que desde hoy seas tú mismo quien elija su destino>>. Y para subrayar esa impresión, para que el súbdito de la tiranía se crea borracho de libertad y desembarazado de enojosas autoridades y castrantes códigos morales (…) la tiranía se presenta como garante de esa libertad recién conquistada. Así no debe extrañarnos que, mientras las disciplinas que explican la realidad e infunden en el individuo una verdadera libertad de juicio y una verdadera libertad de elección son relegadas al ostracismo, se impulsen otras que crean vínculos nuevos, que imponen un nuevo sistema de valores, so capa de reconocimiento de esa <<libertad ilimitada>> que graciosamente la tiranía nos concede. La misión de la nueva tiranía consiste en administrar y hacer productiva esa <<suma de egoísmos>> en que, inevitablemente, se convierte cualquier sociedad desvinculada. Así se explica la implantación de asignaturas como la llamada Educación para la Ciudadanía, que bajo una máscara de amable libertad trata de suministrar pienso ideológico a una sociedad atomizada que ha olvidado su genealogía.

En este designio de ingeniería social que anhela la <<desvinculación>> del individuo, cualquier forma de agrupación humana que proteja a la persona de las injerencias del poder es de inmediato hostilizada por la tiranía. Inevitablemente, la familia, ese ecosistema que crea, sobre la argamasa de los vínculos de la sangre, afectos y lealtades fuertes y –lo que aún resulta más peligroso para los propósitos de la nueva tiranía- transmisión de convicciones que se escapan a la fiscalización del poder, es hostigada, escarnecida, presentada como un reducto de arcaico autoritarismo. Todo lo que contribuya a desnaturalizarla y hacer más quebradizos los vínculos que en su seno se entablan, todo lo que coadyuve a su destrucción o deterioro será aplaudido y auspiciado por la nueva tiranía, en su afán por crear <<hombres nuevos>> sin sentido de pertenencia, náufragos en un mundo sin cimientos ni asideros.

Pero la nueva tiranía aún dispone de otro instrumento muy eficaz para engullirnos en su trituradora. Lo hemos llamado <<fisiologización>> del hombre, pero también podríamos haberlo denominado <<despersonalización>>. Quizá sea el rasgo más distintivo de nuestra época; y, desde luego, uno de los más arrasadores instrumentos en manos de la nueva tiranía. Su finalidad no es otra que aplastar, anestesiar, negar la dimensión espiritual del hombre. No me refiero tan sólo a la inquietud religiosa –que, desde luego, es tratada como un cáncer que conviene extirpar –sino, en general, a cualquier efusión del espíritu que nos eleve sobre el barro del que procedemos. Esta <<fisiologización>> es también una especie de corolario de esa <<desvinculación>> a la que nos referíamos antes: se trata de mantener al hombre entretenido mientras chapotea en el lodazal de sus apetencias más bajunas, negándole cualquier vocación ascendente; se trata, en definitiva, de reducir la existencia humana a una pura experiencia material y de acallar cualquier nostalgia de otra forma de vida superior. Así, hasta lograr que el hombre se convierta en un homínido que sólo necesita para seguir viviendo satisfacer de forma casi automática sus pulsiones. Todo ello, por supuesto, servido con una apariencia lúdica y risueña que lo haga más fácilmente digerible.

La nueva tiranía ha encontrado poderosos medios propagandísticos que le garanticen este proceso de paulatina <<fisiologización>>. Seguramente el más poderoso y eficaz sea la televisión, convertida en divulgadora festiva de nuevas formas de vida que postulan nuestra conversión en pedazos de aburrida carne y halagan nuestros instintos más bajunos. El otro día, mientras zapeaba, me tropecé con un programa de enormidades titulado Esto es increíble, que incluía un reportaje de parejas sorprendidas en la calle en plena coyunda, quizá bajo los efectos del alcohol; eran imágenes tristísimos, de una sordidez que encogía el corazón, donde las parejas espiadas eran mostradas como ratas que copulan en una alcantarilla, acompañadas en sus refocilos por los comentarios pretendidamente cómicos del locutor. Aquel programa no constituye una excepción: a cualquier hora del día o de la noche, el espectador desprevenido se topa con tertulias de chismorreos degradantes, o con concursos de telerrealidad donde los concursantes eructan y defecan y fornican sin rebozo ante las cámaras, como homínidos felices de su condición, erigidos en modelos para las masas que los contemplan desde sus hogares.

Así nos quiere la nueva tiranía (…) Cualquier intento de revitalizar el espíritu es de inmediato escarnecido, vituperado, condenado al descrédito o señalado como subversivo (o fundamentalista). Y, por supuesto, cuando el cuerpo deja de ser templo del espíritu, se transforma en templo desolado donde florece al narcisismo: en este contexto debe entenderse el miedo del hombre contemporáneo a la vejez y a la decadencia física, la dictadura de la salud como bien absoluto, la exaltación de la cirugía plástica. Cuando la vida deja de tener sentido, cuando no la anima ninguna pesquisa de índole espiritual, el hombre se aferra desesperadamente al espejismo de la eterna juventud. Pero, pese a que la nueva tiranía se esfuerza porque la amputación del espíritu sea indolora y no deje cicatrices, no ha conseguido evitar que el hombre contemporáneo sienta esa ausencia como un vacío que de vez en cuando emite un dolor sordo, igual que el manco siente en las noches que preludian cambios atmosféricos un dolor en el brazo inexistente, un dolor que en realidad es la manifestación de una nostalgia.

También la nueva tiranía cuenta con un recurso para paliar esa nostalgia de una vida superior; y, de este modo, completa la arquitectura de su dominación. (…) la nueva tiranía ha entendido que necesita brindarles una anestesia de efectos inmediatos que sofoque cualquier posibilidad de rebelión. Esos <<hombres nuevos>> desvinculados, sin sentido de pertenencia, extirpados de su espíritu, náufragos en un mundo sin cimientos ni asideros, sienten la nostalgia de una vida superior, sienten la amputación que la nueva tiranía les ha infligido como una ausencia que, a falta de antídoto, puede convertirse en desquiciante y desgarradora. La multiplicación de trastornos mentales y demás enfermedades del alma que se ha desatado en las últimas décadas (trastornos que afectan a personas de cualquier edad y condición) constituye una expresión contundente de esa ausencia; también el crecimiento de los suicidios, erigidos ya en una de las principales causas de mortandad en el seno de las sociedades modernas.

La nueva tiranía no puede consolar a sus súbditos con visiones de un futuro promisorio, puesto que previamente los ha despojado del espíritu, que es tanto como privarlos de fe en el futuro. A una sociedad escéptica, materialista, configurada como una <<suma de egoísmos>>, que descree del porvenir (y así se explica, por ejemplo, el estancamiento demográfico que ensombrece Occidente, y su incapacidad para defender los valores que fundaron su predominio cultural) ya no se la puede engatusar con vagas remisiones a un horizonte de grandeza, como hacían las tiranías antañonas. Hace falta procurarle paraísos terrenales que la mantengan dócil y adormecida, voluptuosamente entregada a deleites que favorezcan su ensimismamiento. La nueva tiranía sabe que los hombres, cuando reniegan de otras aspiraciones más elevadas, devienen caprichosos y compulsivos, necesitan acallar el hastío de seguir viviendo mediante lenitivos de efecto inmediato, una metadona incesante que les permita acallar su dolor también incesante. Esa metadona que la nueva tiranía administra con generosidad entre sus súbditos se llama dinero; y con esa metadona es posible construir el paraíso terrenal de consumismo y hedonismo a granel que la nueva tiranía desea instaurar, un reino de satisfacciones inmediatas donde cualquier capricho o apetencia es inmediatamente atendido, inmediatamente renovado, inmediatamente convertido en adicción. La prosperidad económica –una prosperidad orgiástica, capaz de atender cualquier veleidad, capaz de convertir cualquier veleidad en razón constitutiva de una vida sin otros alicientes que la pura bulimia de poseer, la pura ansiedad de mantenernos ahítos- es la gran novedad de esa tiranía contemporánea, el broche de oro que garantiza su permanencia, la coraza que la hace más inexpugnable que cualquier otra forma de tiranía anterior.

La prosa periodística suele afirmar que los centros comerciales son <<las catedrales de nuestro tiempo>>. Bajo esta acuñación, de apariencia tan tontorrona, se esconde una verdad tenebrosa y amedrentadora: el consuelo que los hombres de otras épocas buscaban en el espíritu lo hallan ahora en el trasiego de la tarjeta de crédito. Sólo que, mientras aquel consuelo expandía las posibilidades humanas, éste las empequeñece y aprisiona, hasta convertirnos en gurruños de aburrida carne que refocilan en deleites puramente materiales. Así nos quiere la nueva tiranía: cerdos satisfechos hozando en la pocilga del consumismo y del hedonismo, felices de su condición porcina, dispuestos a defender esa condición con uñas y dientes ante cualquier amenaza.

(…) quizá se pregunte: <<Y bien, ¿quién es el tirano que sostiene la tiranía aquí descrita? ¿Hemos de entender que se trata de tal o cual facción política, tal o cual organismo estatal o supraestatal, tal o cual estructura de poder mediático o empresarial?>> Yo les respondería que el Tirano al que me refiero abarca tales instancias y otras muchas; es multiforme y adquiere apariencias muy diversas en su unánime, inquebrantable, insomne designio de destruir al hombre. ¿Adivinan ya su nombre?>>

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